La razón por la cual la receta socialista jamás ha funcionado, es porque su lógica va en contravía de la esencia del individuo como generador de su propia riqueza y del desarrollo de una conciencia moral de libertad. (Oiga mire que: Una solicitud impertinente)

Quienes defienden el ideario socialista, asumen que tienen “derechos” superiores a los del resto de la sociedad y que, además, son incuestionables. Si por alguna razón, cualquiera de estos “derechos” se ve enfrentado a cuestionamientos jurídicos o políticos, automáticamente sus seguidores invierten la realidad y proyectan su imaginario en forma de persecusión o de amenaza.
Por ello, la izquierda goza de toda suerte de privilegios, al convertir sus deseos en derechos: un escenario en que son merecedores de todo y obligados a nada.
En este sentido, se entiende por qué el enfoque socialista de la economía igualmente transgrede toda lógica de creación y autonomía.
Desde el ámbito de lo público, el “bienestar común” como objetivo a alcanzar, es delegado en unos pocos burócratas que jamás han hecho uso de su propia capacidad productiva y sin embargo, resultan siendo los apoderados de la planificación del éxito y de las oportunidades de prosperidad del resto de la sociedad.
Así, la “redistribución de la riqueza” se convierte en la fórmula mágica para combatir la desigualdad y no el diseño institucional a través de reglas claras, que eviten los abusos de posiciones dominantes, de monopolios de élites vampiras, que combatan la corrupción a la hora de competir y que garanticen la seguridad jurídica y material.
Por esta razón, una institucionalidad atrapada por intereses particulares, en conjunción con las ambiciones de los políticos de turno y aderezada en burocracia y control socialista, va en contravía de la dinámica económica propia de oportunidades para emprender.
Un país lleno de leyes, reglas y trabas absurdas derivadas del control y de la planificación diseñada la mayoría de las veces por quienes jamás administraron una tienda, destruye la iniciativa privada y ahuyenta la inversión.
Estas reflexiones simples, que ni siquiera son de “derecha” sino de sentido común, son un campanazo para vernos por dentro. Para ventilar nuestra estrategia criolla del desarrollo, a la colombiana, con la que el Estado a través de la planificación socialista, sólo ha servido para que élites corruptas y sin doctrina, en su ambición desmedida, le sirvan en bandeja al discurso de los pobres -muchas veces promovido entre ellos mismos- y ambienten la alternativa de “probar” la receta del vecindario.
Colombia, mi país, donde los buenos son muy buenos y los malos son muy malos, está atrapada desde hace años en la telaraña socialista, en la Patria Boba de élites ladronas y burócratas mediocres, donde atreverse a pensar diferente es una afrenta al sistema y ser anarquista es gozar de ella.
Fuente: María Fernanda Cabal. (23 de diciembre de 2018).