La Diputada venezolana Gaby Arellano, cuando iniciaba una huelga de hambre por la liberación de parlamentarios presos en su país por el régimen chavista.
Columna de Bernardo Henao Jaramillo publicada en La Otra Cara el 22 de agosto.
Recientemente ante despiadada persecución que desató en contra de la legítima Asamblea Nacional Venezolana el régimen tiránico de Nicolás Maduro, tuve ocasión de tener un encuentro con la valerosa Diputada por el estado de Táchira, Gaby Arellano, quien como miles de venezolanos debió salir precipitadamente de su país, antes de enfrentar la cárcel por su militancia política en la oposición.
Su descarnado relato de lo ocurrido en la era “chavista” y luego en la “madurista” que no es más que la penetración del comunismo que siempre trata de expandir el régimen cubano de los Castro hoy horroriza al mundo, es desolador. Nos puso a quienes presenciamos su intervención la “piel de gallina” por la grave e inhumana tragedia que viven en el vecino país nuestros hermanos venezolanos. Lo que más me impactó y espero no nos acontezca en Colombia es el daño que hace el propio fuego amigo. Muchos recordó que decían combatir en el pasado al régimen de Chávez se dejaron tentar por ansias de poder o por dinero, hoy son corruptos gozando de privilegios e ignorando a su propio pueblo por el afán del dinero fácil.
Esa situación sumada a la ya conocida meta del comunismo de pauperizar un país para poder someterlo y gobernarlo como aconteció en Cuba y ocurre en Venezuela, permitió el establecimiento de una tiranía regida por unos narcomilitares encabezados por el General Vladimir Padrino López y Diosdado Cabello, apoyados por un ciudadano de ascendencia libanesa que hoy ocupa la Vicepresidencia Tareck El Aissami. Es en mi sentir, quien mueve los hilos del poder, en la forma más tiránica posible, al estilo de los peores líderes terroristas conocidos en el pasado en el oriente medio.
El valor de los admirables jóvenes venezolanos de enfrentar con sus escudos de madera y latón las balas asesinas de la dictadura serán registradas en la historia como un gran acontecer épico; similar aquel protagonizado por grandes combatientes en la época de la unión de Esparta y Atenas que enfrentaron al imperio persa de Jerjes I, en la histórica batalla de Las Termópilas (Año 480 A.C). Solo fue posible derrotar a los valientes guerreros comandados por Leonidas, por la conducta más despreciable, que cometiera un residente local llamado Efialtes, quien traicionó a los griegos mostrando a los invasores un pequeño camino o gruta secreta para atacar a los valientes por la retaguardia. Hoy se recuerdan esos valiosos guerreros y su lucha épica. De quienes los enfrentaron nada se dice. Igual ocurre con los criminales despiadados que sin formula previa de juicio ajustician a los jóvenes venezolanos. Su desequilibrada lucha en la calle, perdurará en la memoria y trascenderá por generaciones. La comunidad Internacional está en deuda con ellos. El violinista Wuilly Arteaga a quien le destruyeron la más hermosa arma de la que se tenga noticia, su violín, es ya un icono en la lucha desigual. Pero los héroes de esta desigual lucha serán siempre los jóvenes. Hoy y siempre. No olvidaremos aquellos jóvenes venezolanos que ofrendaron sus vidas por tener una Venezuela libre y democrática. Paz en sus tumbas.
La falta de respuesta oportuna de la comunidad internacional afianzó lo que se sabía acontecería. Se desmontaron las tres ramas del poder y al mejor estilo castrista, contando con el apoyo de los cubanos y milicianos de las Farc se instauró la dictadura. El “cartel de los soles” dirigidos por Vladimir Padrino López y Diosdado Cabello, alimentados por los dineros producto de la droga maldita y enceguecidos por el poder sentenciaron que prefieren un país humillado y doblegado que una democracia libre y republicana. Otros militares que estaban obligados por acatamiento a la Constitución Nacional vigente, no cumplieron su sagrado deber constitucional de defender su democracia. Con su silencio y falta de actuar, quizás por el miedo y temor del cadalso, se convirtieron en militares pusilánimes cómplices de un régimen. Quizás la intervención de organismos internacionales, la activación de la Carta Democrática de la OEA, la condena de la ONU y la acción militar encabezada por los Estados Unidos, permita pronto el restablecimiento de la democracia.
Esa consolidación de la dictadura que ya había comenzado con la migración de los grandes capitales y empresarios venezolanos por la época de Chávez, se ha acrecentado de una manera que hoy como se ve por la información que furtivamente se participa en las redes virtuales en una tragedia humana de dimensiones astronómicas, representada en una salida sin precedentes, de los ciudadanos venezolanos en todos los niveles.
Diariamente desde que comenzó la valerosa lucha de los estudiantes al salir a la calle, se ha seguido un movimiento migratorio que hoy registra por las principales fronteras con Colombia el ingreso de aproximadamente veinticinco mil ciudadanos venezolanos diariamente a nuestro país. Unos de paso, otros con la pretensión de consolidar un medio de subsistencia en Colombia.
Esta masiva migración, conlleva múltiples consecuencias. La primera de ella es la tragedia humana que afronta el hermano venezolano quien por buscar salvar su vida, migra para tener posibilidad de comida y trabajo. Lo hace con lo poco que pueda albergar en su mochila y en la esperanza de conseguir un mejor futuro. Al ser tanto los ciudadanos que salen, pues ningún país, está preparado para atender semejante crisis, se convierte de crisis nacional en crisis internacional. La segunda consecuencia es el riesgo de transmisión de enfermedades. Una tercera que comienza hacer latente y es urgente su oportuna atención, es las diferencias por los pocos empleos que se existen entre colombianos y venezolanos, generando signos de racismo y xenofobia. Son desde luego muchas otras las que se pueden presentar sino media la intervención internacional.
Este es un problema ya no de Colombia sino de la Comunidad Internacional. Es hora que El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) trabaje y se apersone del tema. Como se sabe ACNUR trabaja para proteger a los refugiados y otras personas desplazadas en todo el mundo. Su intervención en el caso de la migración venezolana es imperiosa e inminente. Esta crisis no da espera. Colombia y el gobierno están en mora de solicitar su inmediata intervención. Ellos al hacerlo deben atender esta crisis migratoria con sus propios recursos.
Europa hoy sabe y evalúa cómo atender los riesgos por la migración siria. Alemania es el ejemplo a seguir en el trato que diera a los refugiados sirios. Acogió un millón de ellos. Colombia tiene una deuda de solidaridad con Venezuela, pero está por completo imposibilitada para albergar más de dos millones de personas que se estima sea el número de, los que han salido y saldrán del vecino país. Esa cifra asusta. Obligatoriamente toca establecer en los lugares fronterizos campamentos de albergue para los refugiados y eso sólo lo puede manejar y controlar ACNUR.
Los países latinoamericanos al igual que los europeos deben actuar con prontitud, antes que se desate una crisis en la salud, como consecuencia de muchas enfermedades que se dan siempre en estos casos, como ya comienza a presentarse.