Hace ya casi diez años que en México las noticias sobre matanzas, masacres, violaciones, secuestros, amenazas, asesinatos a periodistas y políticos, así como las fugas o los informes sobre la vida excéntrica de los capos, son pan de cada día.
Columna de Pedro Caviedes publicada el 17 de septiembre en el diario estadounidense El Nuevo Herald.
Digo esto no por hablar mal de un país repleto de talento y gente honrada y trabajadora, sino porque se me ocurre que a pesar de no sufrir décadas de ‘guerrillas’ de corte marxista atacando a su población, a nadie se le ocurre decir que el país de las rancheras vive en paz. El tráfico de drogas como la cocaína y la heroína lo han convertido en un campo de batalla, muy parecido al que fue Colombia primero cuando los carteles de Medellín y Cali, y después cuando los cultivos se repartieron entre narco-guerrillas y narco-paramilitares.
Hoy por hoy, como ya lo dije en mi columna pasada, crecen en el campo colombiano 159,000 hectáreas de cultivos de coca, a las que un viento las recorre, realzando el olor de la sangre, el dolor y la violencia que nos espera. Pero, según el gobierno colombiano, lo que sigue para el país es amor y paz. ¿Cómo puede haber paz en una nación donde existen las Bacrim (bandas de narcotraficantes apiladas en ejércitos de matones) y el ELN se refuerza con una gran cantidad de antiguos FARC?
A esta violencia inminente se le suman los resultados de una negociación con las FARC basada en la confianza, como si querer firmar un acuerdo convirtiera en gente buena a criminales que han cometido, uno por uno, todos los crímenes de lesa humanidad existentes.
Muchos temen el advenimiento del Socialismo del Siglo XXI en Colombia. Otros lo niegan, pensando que las FARC se perderán en la jungla corrupta del Congreso colombiano. Yo opino que ya llegó. Colombia hoy por hoy tiene una de las tarifas de impuestos más altas en el mundo. Las empresas, sumando todas las cargas impositivas, terminan aportando el 72% de sus ganancias al estado. A esto hay que agregarle el hueco fiscal que fue creado gracias al dinero que el presidente Santos gastó pagando a políticos para que le aprobaran lo que le diera la gana, y que derivará en una reforma tributaria que se llevará a cabo una vez realizado el plebiscito.
Así que desde ya hay que aumentarle unos puntos a ese porcentaje. Pero no bastando con esto, en ninguna parte de los acuerdos dice que las FARC, con su enorme riqueza derivada del narcotráfico, la extorsión y el secuestro, deban reparar económicamente a sus víctimas, ni correr con un solo gasto de la tal paz. Esos también correrán, por ley, por parte del estado. ¿Y de dónde saca el estado ese dinerito? Pues de los impuestos. Así que más carga para la empresa privada y los ciudadanos.
Y toda esta carga que ahoga al más solvente, en medio de unos “tribunales de paz” alternos a la justicia colombiana, cuyos jueces en parte serán elegidos por las FARC. Seguramente ya se relamen las fauces los ‘ex guerrilleros’ vengándose de todo el que no les hizo el juego, procesándolos en estos tribunales.
Un proceso de paz con criminales de este calibre tendría que obligarlos a pagar, a la vez que estar repleto de puntos que desencadenaran grandes castigos ante un solo asomo de incumplimiento. Por el contrario, parece basado en la presunción de que son unos angelitos con facultades hasta de juzgar, mientras se (disculpen, pero no encuentro palabra más adecuada) defeca en la gente que, mientras estos tipos destruían todo lo que tocaban, seguían, contra todas las adversidades, construyendo patria.